Hay un fenómeno que es definitivamente antropogénico (creado por la raza humana) y que es increíblemente perjudicial para el medio ambiente global. En este Día Nacional de la Tierra hablemos de la guerra, y del increíble daño que ocasiona al medio ambiente.
Desde la Primera Guerra Mundial, la humanidad se dio cuenta de que las guerras modernas no sólo tenían el potencial de acabar con la vida de millones de personas, sino que su efecto destructor del medio ambiente era terrible, y de largo plazo. Le tomó años a la campiña y los bosques de Francia recuperar su forma luego del absurdo de la guerra de trincheras.
Pero lo peor quedaría en forma de los gases venenosos y metales pesados que erosionaron tierras y acabaron con la biodiversidad del continente. La destrucción de bosques fue masiva, ocasionando fenómenos muy tristes, incalculables como el surgimiento de bosques de “monocultivo”. Es decir, en una tierra tan devastada se hicieron esfuerzos de repoblación de árboles, pero frecuentemente echando mano de una sola especie. El resultado es que difícilmente los bosques que vemos ahora tienen algo que ver con los viejos paisajes por el que transitaron los europeos del siglo XIX. Es otra cosa, un poco menos viva que hace 200 años.
Vayamos adelante en el tiempo, en donde hay estudios sobre el efecto de décadas de guerra en Afganistán, una tierra severamente contaminada con metales pesados, afectada en sus sistemas de irrigación y expuesta a minas y artefactos sin explotar en su terreno. Hoy este país sufre un medio ambiente “frágil”, en donde lo mismo es presa de inundaciones que de sequías y sus bosques han quedado severamente afectados.
Las explosiones de cohetes y artillería dejan contaminantes como monóxido y dióxido de carbono, óxido nítrico (NO), óxido de nitrógeno (NO2), óxido nitroso (N2O), formaldehído, vapor de cianuro de hidrógeno (HCN) y nitrógeno (N2). Los dos primeros son dos clásicos productores de calentamiento global, pero las demás sustancias provocan a la larga lluvia ácida, que afecta a plantas y animales por igual.
De todos los daños, quizá el más escalofriante daño en potencia es el relativo a las plantas nucleares. Este daño no tendría precedente en la historia de la humanidad, pero actualmente tanto la desastrosa zona de Chernóbil como la planta nuclear más grande de Europa en Zaporiyia, están en manos del ejército ruso. Cualquier accidente o daño podría provocar un desastre ambiental de esos que duran siglos.
Además, la guerra en Ucrania tiene otro efecto descorazonador en cuanto al medio ambiente. Europa es uno de los continentes que más en serio ha tomado el esfuerzo de lucha contra el cambio climático, y el cumplimiento de las metas del Acuerdo de Paris. Sin embargo, gran parte de la estrategia energética europea estaba basada en el gas natural (a precios muy bajos, por cierto) proveniente de Rusia.
El cambio repentino en las relaciones comerciales por la guerra provocó que Alemania retrasara el cierre de sus plantas de carbón y que en Francia regresara la discusión sobre mantener abiertas sus plantas nucleares. En una Europa enfocada en adoptar lo más rápidamente posible la electromovilidad y la generación de energía por medios renovables, los países se han visto obligados a retomar la producción de armas, vehículos blindados, aviones, misiles y drones a marchas forzadas, ya sea para armar a Ucrania o para resurtir sus propios inventarios, ante una guerra demasiado cercana para ser cómoda.
Contaminación extrema y oportunidades perdidas, es un buen resumen del efecto de la guerra en el siglo XXI. Aún no se sabe qué tanto la guerra en Ucrania terminará afectando las metas del Acuerdo de Paris, pero es previsible que lo hará. Ojalá que las zonas que tienen la fortuna de gozar de la paz, como México puedan compensar, cumpliendo sus propios objetivos.
