En este mes en el que hablamos de educación ambiental, bien vale la pena dar un vistazo a uno de los paisajes que abundan en el suelo mexicano, y que generalmente ignoramos, o tratamos mal. Los desiertos son lugares que deberíamos apreciar más y cuidar mejor.
Hay grandes extensiones de desierto en México, sin duda. Más propiamente hablando, las tierras áridas y semiáridas y subhúmedas secas, equivalen a 101.5 millones de hectáreas, de acuerdo con la Universidad de Chapingo, lo que es poco más de la mitad del territorio total del país, nuestro amado “cuerno de la abundancia”.
Esto quiere decir dos cosas: en efecto, las tierras fértiles de México son menos que lo marcado por la leyenda (aunque son suficientes para alimentarnos si se cultivan bien). Dos: los desiertos no son tan tierra de nadie como creemos los que vivimos el altiplano. En estas tierras vive 30% de la población del país, y algunos desde tiempos anteriores a la colonia.
Como se sabe en Baja California, en Sonora, en Chihuahua, los desiertos son lugares vivos, en donde la naturaleza vive un equilibrio delicado, con especies animales y vegetales que se han adaptado a través de millones de años de evolución.
Nada más en México hay más de 1,000 especies de cactus, desde los más pequeños hasta gigantes de 15 metros de altura. Todos tienen las características espinas, que evitan que los animales consuman sus apreciadas reservas de agua, e incluso sirven para protegerlos del sol. La mayoría extiende sus raíces de forma amplia, pero muy cerca de la superficie, para captar toda el agua posible.
Otras plantas, como los mezquites, más bien cavan hondo en busca de agua en mantos freáticos. Estas plantas producen legumbres, contenidas en vainas que son consideradas “superalimentos” y son una buena fuente de proteína, grasas de las buenas y fibras. Y están los agaves, que vienen en muchas variedades igualmente, y que son fuente desde bebidas hasta textiles.
En cuanto a animales, los desiertos son habitados por mamíferos, reptiles, insectos y aves, todos ellos adaptados para absorber y mantener agua. De noche, por supuesto, es el momento para los murciélagos, entre otras especies de la oscuridad.
Es muy importante saber que este delicadísimo equilibrio no es un campo de juego para los autos y otros vehículos 4×4, ni un lugar para extraer cactus para la casa. Este fenómeno se ha convertido en un verdadero problema, sobre todo en los lugares cruzados por carreteras. De una en una, algunas plantas han sido recolectadas al borde de la extinción. Si quieres cactáceas y agaves, ve a un vivero. Tampoco son basureros, y menos depósitos de materiales peligrosos, por cierto.
Hay por supuesto algunos proyectos que han buscado ganarle tierras al desierto para darle una utilidad más idónea para los humanos. En ese caso, debe cuidarse de no hacerse a medias: además de agua, hay que llevar plantas que fijen la tierra, leguminosas que la provean de nitrógeno, y ejecutar un plan que puede llevar años. No nos pongamos rigoristas, algunos proyectos en otros países han generado verdaderos milagros. Pero la condición es hacerlos bien, de lo contrario sólo se termina acabando con la vida en el desierto, sin provecho para el ser humano.
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