El reloj sigue su marcha. Cuando hablamos de tiempo, se trata no sólo del objetivo básicamente artificial de reducir las emisiones del planeta para 2030, con el fin de detener o por lo menos aminorar el cambio climático. Esa meta es una convención, formulada en el seno de la reuniones de las Naciones Unidas, en medio de los ires y venires de la diplomacia mundial y entre aquellos que firmaron el Acuerdo de Paris.
En la orilla de los 1.5°C
El tiempo que sigue andando es el que está marcando el propio clima global. De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, el mundo vivió en 2024 el año más cálido jamás registrado. El aumento es de 1.54°C el valor de referencia en la era preindustrial. Si bien en el largo plazo el promedio de temperatura en 10 años se mantiene por debajo del alza de 1.5°C, propuesta por la ONU, hay sucesos visibles que preocupan, la verdad.
Por ejemplo, los glaciares siguen en retroceso en todo el mundo, desde América del Norte y Europa. En la Antártida, la extensión del hielo marino fue la segunda más baja jamás observada, sólo superada por el mínimo histórico de 2023. Al parecer el fenómeno que llamamos El Niño, que se origina en el sur del continente americano, influyó fuertemente en el calentamiento del año antepasado, por lo que se ve esta ligera “mejoría” en 2024.
En fin, para ver el resumen más detallado del año que terminó hay que esperar a marzo, porque el tiempo para recopilar tantos datos es increíblemente corto, dada la complejidad de recabarlos por todo el planeta.
Lo que puede preocupar, y mucho, es que cualquier cambio se interprete como un “ya la hicimos”, y ello conduzca a un relajamiento que seguramente terminaremos lamentando. Los tiempos políticos van a favorecer esto, desgraciadamente. El nuevo inquilino de la Casa Blanca va a tomar posesión, y es un político cuya actitud negativa hacia el combate contra el cambio climático quedó más que demostrada en su periodo anterior.
No lo digo yo, lo dicen por ejemplo en Yale, donde estudian las declaraciones y primeros movimientos de Trump hacia su toma de posesión, y no tienen buenas esperanzas. La prestigiada universidad dice que la estafeta quedará en manos de ciudades y estados que deseen continuar políticas ambientales, cuando se interrumpan las federales. Ojalá, aunque hay que recordar que buena parte del triunfo del nuevo presidente se complementó con el dominio del partido Republicano en numerosos gobiernos locales.
En las propias filas de científicos y expertos, hay hasta temor de que el gobierno entrante termine censurando información y deteniendo investigaciones al respecto. Esto sucedió en el periodo anterior, así que nadie está argumentando de la nada.
Resulta triste que buena parte de la recta final hacia los objetivos 2030 va a depender de los resultados de un país gobernado por un escéptico tan notorio. Estados Unidos es uno de los principales contaminadores del planeta.
El trabajo personal
Ante ello, las esperanzas vuelven por gravedad al plano individual. En un ambiente hostil, quien crea que puede aportar algo para reducir las emisiones de carbono debería tomar la iniciativa. No vale la pena esperar a gobiernos o políticas, aunque nunca hay que dejar de presionar. Pero es en comportamientos individuales, educación, comunicación y preferencias de consumo donde podemos seguir provocando el cambio.
Hay que reciclar, enseñar a reciclar, promover el reciclado y apoyar a los productos que utilicen materiales reciclados o tengan un plan de efectivo de economía circular. Es cierto que los cambios culturales tardan mucho, y quizá por ello el mensaje no ha logrado llegar a todas las personas en el mundo. Pero éste barco ya zarpó, y difícilmente habrá gobiernos o empresas que puedan hacer que toda una población retroceda lo ganado en 50 años. En esta trinchera personal hay mucho por hacer en favor del combate al cambio climático, y el mensaje tarde o temprano volverá a ser adoptado por la clase política, si queremos.
